La agenda de la primera semana de octubre concluye en torno a la fotografía, al festival de teatro para jóvenes espectadores y a una propuesta de danza.
Experiencias dignas de mérito
El próximo viernes desde las 20, con Santiago Guerrero como soporte, el músico Guillermo Piccolini actuará en el Sindicato de Maravillas (Libertad 326) para mostrar su actualidad musical y para rememorar aquellos prolíficos cruces de la escena rockera española con la argentina.
Cultura28 de febrero de 2024J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
Hacia finales de la década del ochenta, las ilusiones que había alimentado el regreso de la democracia en 1983 se habían transformado en un desencanto generalizado, cuyas razones básicas se afincaban en las sucesivas asonadas militares que amenazaban la institucionalidad todavía endeble, y en una economía que naufragaba en las vísperas de la hiperinflación. Muchos argentinos que sabían de oídas o por experiencia propia acerca de estos cíclicos desvaríos del país, optaron por la salida del exilio como modo de contrarrestar esas nulas perspectivas que se les ofrecían por aquí y en previsión de que las cosas se pusieran aún más oscuras.
Tampoco quedaron exentos de ese clima tormentoso los músicos del rock argentino que habían protagonizado el boom del género, no causalmente ambientado después de la Guerra de Malvinas y a lo largo de los primeros años del periodo de gobierno de Raúl Alfonsín. Con el crédito que les otorgaba la repercusión que habían tenido varios de esos artistas a nivel internacional, muchos pensaron que en ese mercado musical de habla hispana iban a encontrar un futuro mejor y se lanzaron a probar suerte, mientras otros permanecían por aquí, lidiando con circunstancias que ponían en peligro sus fuentes laborales.
Por supuesto, fue España uno de los destinos hacia los que pusieron proa los que tomaron la decisión de irse, una elección que entre otros elementos contabilizaba la cuestión idiomática y la fuerza que había tomado el movimiento rockero de aquel país a partir de la caída del franquismo. En lo que se conoció como la “movida madrileña” estuvieron involucradas todas las expresiones del arte, pero el rocanrol ocupó un capítulo aparte porque hubo una profusión de intérpretes que cantaban en castellano y que se prendían en las vanguardias europeas de la época, lo que estimulaba a los migrantes a integrarse en ese panorama.
Una vez allá, algunos terminaron asociándose con otros exiliados cuya residencia en la península ibérica databa de los años de la dictadura o posteriores y que habían tenido un papel importante en la “movida” como miembros de formaciones que hicieron historia. Así como el ex Crucis Gustavo Montesano alcanzó la fama junto a Olé Olé, Ariel Rot estuvo en la alineación de los exitosos Tequila (junto a Alejo Stivel) antes de incorporarse a Los Rodríguez con Andrés Calamaro, para darle forma a una de las bandas hispano-argentinas de mayor suceso, que logró el milagro de despertar fanatismo a ambos lados del Atlántico.
En esa fuga de talentos habría que agregar el nombre de Guillermo Piccolini, un músico que en 1985 fue invitado por Javier Martínez para tocar en España en una serie de shows que… nunca se concretó. Varado en Madrid, en un bar de zapadas conoció a los músicos con los que meses después iban a conformar Los Toreros Muertos, el trío que prontamente alcanzó reconocimiento masivo gracias al tema “Mi agüita amarilla”, un osado hit que los colmó de popularidad por allá y que incluso llegó a sonar con mucha frecuencia en las radios argentinas.
Cuando Roberto Pettinato, ya disuelto Sumo, se fue a probar suerte a España a comienzos de los noventa, Piccolini no sólo le dio alojamiento, sino que armó con él el dúo Pachuco Cadáver, que más allá de la polémica tapa de su disco debut, exploró una veta psicodélica tan arriesgada como insólita. El próximo viernes desde las 20, con Santiago Guerrero como soporte, Guillermo Piccolini actuará en el Sindicato de Maravillas (Libertad 326) para mostrar su actualidad musical y para rememorar aquellos cruces de la escena española con la argentina, que han provisto de tantas experiencias dignas de mérito.
El fallecimiento de Kris Kristofferson el domingo pasado a los 88 años motivó que se desplegaran notas biográficas donde se enumeraban sus aciertos musicales y actorales, entre los que sobresale su participación como Billy The Kid en aquel recordado western de Sam Peckinpah.
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La Barra no pudo escaparse de la tradición cuartetera y, a lo largo de estas tres décadas de carrera que está celebrando, sufrió apartamientos que en ciertas ocasiones fueron de común acuerdo y en otras no, pero que casi siempre constituyeron el germen de futuros ídolos del género.
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