
Esta es solo una agenda, un jueves es solo un día y una película es una feta de historia, como lo es un oratorio compuesto en 1741, una coreografía, o algunas obras de arte capaces de vencer al tiempo.
El pasado fin de semana, con una concurrencia de cientos de miles de personas, el Lollapalooza Argentina atravesó con éxito las tres jornadas de su novena versión local, aunque desde que se supo quiénes iban a venir, los habitués dejaron quejas acerca de la ausencia de figuras de fuste.
Cultura22 de marzo de 2024J.C. Maraddón
El 1 y el 2 de abril de 2014 se desarrolló en el Hipódromo de San Isidro la primera edición en Argentina del Festival Lollapalooza, un evento que había arrancado en 1991 en Chicago como una propuesta alternativa motorizada por Perry Farrell, el cantante del grupo Jane´s Addiction. Luego de que la franquicia se instalara en Santiago de Chile en 2011, era lógico que tres años después desembarcara entre nosotros, en lo que por entonces fue una iniciativa largamente festejada por los fans que, de este modo, iban a poder ver en vivo a bandas y solistas que de otra manera jamás llegarían hasta estas latitudes.
En las dos jornadas de aquel estreno, la grilla ofrecía la presentación de verdaderas leyendas del rock y del pop, como New Order, Nine Inch Nails, Pixies, Soundgarden, Red Hot Chilli Peppers y Johnny Marr. Pero también prometía el atractivo de novedades que por entonces trepaban en las preferencias masivas, como Lorde, Capital Cities, Ellie Goulding, Imagine Dragons y Arcade Fire, además de estrellas del indie como Phoenix, Savages, Portugal The Man o Jake Bugg, y de ases de la electrónica como Zedd o Axwell. Era un sueño cumplido que todos confluyeran en ese lugar casi al mismo tiempo.
La modalidad de venta de entradas que instaló el Lollapalooza (y que luego otros imitaron) consistía en adquirir los llamados Early Birds, que eran los abonos más baratos lanzados cuando aún no se conocía quiénes iban a actuar. Luego, ese precio iba aumentando a medida que pasaban las semanas, hasta alcanzar su máximo cuando se publicaba la nómina confirmada de los intérpretes. Una década atrás, los valores finales de los tickets generales se fijaron en 1350 pesos, service charge incluido, lo que según la cotización del blue en aquella época representaba poco más de 120 dólares.
Han transcurrido diez años desde esa instancia original y a lo largo de este tiempo el festival fue evolucionando, aunque muchas de sus características iniciales se sostuvieron. Desde 2018 se decidió incorporar una tercera jornada, pero justo esa vez el último día debió cancelarse a raíz de una copiosa lluvia que inundó por completo el predio y dejó inutilizable la infraestructura. Y en el transcurso de este decenio, sólo en dos oportunidades se interrumpió la continuidad del Lollapalooza Argentina, cuando en razón de las estrictas medidas para prevenir el coronavirus, no se llevaron a cabo las ediciones de 2020 y 2021.
El pasado fin de semana, con transmisión online de Flow y una concurrencia de cientos de miles de personas, el festival atravesó con éxito las tres jornadas de su novena versión local, aunque desde que se supo quiénes iban a venir, los habitués expresaron quejas en las redes sociales acerca de la ausencia de figuras de fuste. Tal vez no sea del todo justo menospreciar a talentos como SZA o Sam Smith ni a bandas como Limp Bizkit, Blink-182 y Arcade Fire, pero sin duda esta vez se privilegió a los nombres de la segunda línea del line-up.
Con abonos que se vendieron a 120 mil pesos (misma cotización en dólares que en 2014), esa supuesta merma en cuanto a artistas convocantes no hizo mella en la asistencia, pero sí debe ser mencionada a la hora de hacer una evaluación general, no sólo del Lollapalooza Argentina, sino también del panorama actual de la música internacional. Porque, si bien la esencia del evento no ha sido nunca terminantemente rockera, el hecho de que ese género no repunte en su progresivo retraimiento, obliga a que los organizadores repiensen a qué nombres van a contratar y si vale la pena insistir con esos ídolos legendarios que ya no tienen nada nuevo que aportar.
Esta es solo una agenda, un jueves es solo un día y una película es una feta de historia, como lo es un oratorio compuesto en 1741, una coreografía, o algunas obras de arte capaces de vencer al tiempo.
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