Sensaciones que conmueven

No debería causar asombro (aunque sí sea notable) que en una noche de mayo el grupo cordobés Bici Nena suba al escenario de Casa Babylon como soporte de Nina Suárez y se descuelgue allí con un muestrario de composiciones que tienen cierto clamor emocional como hilo conductor.

Cultura 29 de mayo de 2024 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
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J.C. Maraddón

Aunque es una categoría tan amplia que termina englobando intérpretes muy disímiles entre sí, el after punk es uno de los estilos rockeros más persistentes, incluso después de cuatro décadas de su instancia culminante, allá por los años ochenta. Nombres como Joy Division, The Cure o Siouxsie & The Banshees, que dejaron una huella indeleble en la evolución rockera, son reivindicados hasta el día de hoy por generaciones de jóvenes que podrían ser hijos o nietos de aquellos que en ese entonces se contaban entre los fieles seguidores de esta tendencia de origen británico que se esparció por el mundo.

Más allá de un sonido en el que aún se percibía el grito primal del punk, esos artistas adscribían a ciertas premisas básicas de aquel movimiento, como por ejemplo preferir los sellos independientes, que brindaban un margen menos estrecho para experimentar. Y en especial se apegaban a un espíritu entre melancólico y oscuro, al que algunos críticos calificaron como “gótico” y cuyas manifestaciones extremas se plasmaron en bandas como Bauhaus, The Mission o Sisters of Mercy, las que incluso coqueteaban en su imagen con la estética de las antiguas películas de terror. Había un público cautivo que apreciaba esa clase de expresiones.

En la Argentina, formaciones como Don Cornelio y la Zona, El Corte  o Los Pillos ensayaron propuestas que decantaban esa influencia y la ponían en los términos del rock nacional, un género que en la segunda mitad de los ochenta pasó de entonar canciones dicharacheras y pasatistas a pronunciar mensajes existenciales y desencantados. Esos chicos de ojos pintados, cutis blanco, cabelleras desgreñadas y ropas negras, fueron denominados “darks” en su carácter de tribu urbana, de la misma manera que en los dos mil se les llamó “emos” a quienes desarrollaban idénticos síntomas, pero veinte años después que sus precursores.

Quizás las cosas jamás evolucionaron lo suficiente para superar esa etapa y dar vuelta la página. Lo concreto es que el after punk no pasó nunca de moda y cada tanto se hace sentir alguno de sus coletazos, que suelen ser gratas sorpresas porque se sigue respetando aquel fulgor alternativo que tuvo en sus inicios. Obras bastante recientes, como las de Pale Waves o The Japanese House, confirman que esa veta no decae a pesar del paso del tiempo, y que por el contrario sigue siendo una fuente de novedades que está lejos de agotarse en su constante ir y venir.

En Córdoba, donde también hubo en los ochenta bandas que cultivaron esa sonoridad como Seno de Beta o Astroboy, nunca faltaron almas sensibles que recibiesen con placer ese tipo de estímulos. Menos todavía podría creerse que en los días que corren, con perspectivas poco favorables para el optimismo, hubiese desaparecido esa necesidad de escuchar una música apropiada al sentimiento reinante. Solo se requiere husmear en la cartelera de shows locales para toparse con los artistas emergentes que en la actualidad animan esa escena de la que tantos baluartes fueron partícipes a lo largo de los años.

Por eso, que en una noche de mayo el grupo Bici Nena suba al escenario de Casa Babylon como soporte de Nina Suárez y se descuelgue allí con un muestrario de composiciones que tienen cierto clamor emocional como hilo conductor, no debería causar asombro aunque sí sea notable cuánto hay allí de aquella punkitud en eterna retirada. Diversa, provocadora y a la vez delicada, la banda conjuga en su juvenil arrebato todo lo que alguna vez fue actual y que, en el presente, lo sigue siendo por la acción de quienes continúan revindicando ideales creativos capaces de transmitir sensaciones que conmueven.

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