Virtuosa y desenvuelta

La efectividad de la fórmula que Lady Gaga aplica para deslumbrar al público, puede ser apreciada en “Gaga Chromatica Ball”, un documental estrenado en Max en mayo que repasa el concierto que la diva ofreció en 2022 en el Dodger Stadium de Los Angeles ante 52 mil personas.

Cultura13 de junio de 2024J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
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J.C. Maraddón

Para triunfar en el negocio de la música, siempre corrieron con ventaja los artistas dotados de carisma y de dominio de la escena, incluso en aquellos tiempos en que esa estructura industrial todavía era bastante precaria. Nadie puede dudar de que cantantes como Carlos Gardel o Frank Sinatra fueron bastante más que vocalistas extraordinarios; entre sus virtudes, el magnetismo y su modo teatral de interpretar las canciones resultaron determinantes para que, además de destacarse en lo suyo, fueran convertidos en ídolos por multitudes que los aclamaban a cada paso. En eso, aparecen como precursores de todo lo que vendría después.

Heredero conspicuo de esa estirpe, Elvis Presley representó un nuevo modelo de performer, que realizaba movimientos osados en el escenario, con los que excitaba al auditorio y espantaba a los defensores de la moral puritana. En su fórmula del éxito, este componente fue esencial para elevarlo a la fama y sentó un precedente que las estrellas pop debían tomar en consideración. Ya casi no fue posible quedarse quieto frente al micrófono o tocar sin gesticulaciones para las figuras rockeras que de allí en adelante consiguieron notoriedad. Fue entonces que lo visual se transformó en un elemento determinante para la cultura popular.

Astros musicales como David Bowie o Freddie Mercury, que habían potenciado sus capacidades histriónicas junto a las vocales, llevaron al extremo ese nuevo prototipo de cantante que James Brown y Mick Jagger habían configurado durante los años sesenta. La posterior adición de esquemas coreográficos completó los elementos de una puesta en escena que usaba la música como soporte, pero que acumulaba una sumatoria de estímulos para deslumbrar a los espectadores. Luego, la tecnología haría infinitos aportes, hasta redondear esa experiencia integral que es un concierto de rock, con efectos de todo tipo que dejan atónito al público en cualquier estadio.

Sobre la nueva dimensión en la que han ingresado estos eventos escribimos en octubre del año pasado, cuando el desembarco en la Argentina del “Eras Tour” de Taylor Swift y el estreno en salas de la película que registraba esa gira, habilitaban a analizar cuán lejos habían llegado esos emprendimientos. El despliegue que rodeaba la presentación de la pop star del momento era tan grandioso, que obligaba a reflexionar acerca de todo el camino recorrido desde aquellos infructuosos shows de los Beatles en grandes estadios, donde la gente apenas si los veía a lo lejos y ni siquiera podía escucharlos a raíz del griterío.

Pero hay otra estrella, adorada por multitudes, que desde el inicio de su carrera privilegió lo visual y que ha logrado un incomparable impacto por esa vía, además de los hits irresistibles que fue entregando en dosis precisas. A diferencia de Taylor Swift, que hace pie en lo sonoro y desde allí construye su edifico artístico, Lady Gaga ha demostrado ser una virtuosa en cuanta disciplina se lo proponga, gracias a una formación pertinente y a un talento que no se agota en lo musical, sino que se extiende a la danza y al histrionismo de su personaje público.

La efectividad de su fórmula puede ser apreciada en “Gaga Chromatica Ball”, un documental estrenado en Max en mayo que repasa el concierto que la diva ofreció en 2022 en el Dodger Stadium de Los Angeles ante 52 mil personas, cuya ansiedad por verla en vivo, tras dos años de pandemia, sobrepasó todas las expectativas. Dueña del escenario en el más amplio sentido, Lady Gaga nos muestra su pericia en cada una de las facetas a las que somete su humanidad y su personalidad, con un complemento de recursos escénicos que no hacen sino subrayar su desenvoltura.

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