
De fines a principios de siglo, se ven reflejados en Lugones los cambios en sus consideraciones ideológicas, cuando su figura comienza a aparecer en eventos educativos y culturales, no exclusivamente en tanto escritor.
El semanario porteño pone las fotos y el texto procede de una cadena de citas y datos que permiten en conjunto una serie de miradas al carnaval provinciano cordobés de época.
Cultura24 de junio de 2024
Víctor Ramés
Por Víctor Ramés
Fotos y memorias del docto carnaval (primera parte)
La revista Caras y Caretas solía retratar, a principios del siglo XX, carnavales provincianos a través de la publicación de fotografías, y Córdoba no estaba ausente en esas astillas de muestra de la celebración de esas fiestas que daban forma por unos días a una cierta “locura” socialmente controlada. Los febreros cordobeses del semanario de Buenos Aires son un puñado de pequeños recuadros, ventanitas que dejan ver apenas momentos de una festividad muy regulada, que desfilaba ante la cámara del corresponsal. Debía haber zonas del carnaval que no salían en las pocas fotos del semanario, donde se viviese mayor frenesí popular. Lo que no se halla con igual regularidad en la revista porteña son textos descriptivos de carnavales de Córdoba. Para acompañar las fotografías legadas por el semanario, hacemos un paseo por escenas del carnaval de Córdoba a partir de piezas de un relato con algunas puntadas hacia formas más antiguas de la celebración en su expresión local.
La revista proporciona fotos cordobesas, de las que compartimos un puñado de entre 1907 y 1911, que muestran comparsas, carros, disfraces, desfiles y palcos del carnaval de esa época.
El carnaval cordobés presenta una historia sin duda común a la región, a las culturas inmigrantes, a una contrastante sucesión de épocas y circunstancias. Como toda tradición moderna, a partir de organizarse en tanto celebración, ha repetido anualmente sus ceremonias desde el siglo diecinueve, por tramos de historia, con cierta regularidad. La pelea por el control de los desbordes a los que invita esta fiesta de origen pagano ha mostrado en la trayectoria una constante acción de la autoridad mediante regulaciones y prohibiciones relacionadas con el decoro, el respeto a la ley, el control de los riesgos de violencia inherentes al consumo principalmente de alcohol. Un patrón común, por otra parte, a diversas festividades.
Si se quiere torcer un momento la vista a lo más lejano, cuando Córdoba reflejaba la cultura de la colonización española enclavada en esta tierra, se encuentra a la sociedad del lugar obediente a una celebración anual, la más importante, que era la del Santísimo Sacramento, o Corpus Christi. La ley disponía que ese fasto “se haga como se hace en todo el reyno de Perú o Potosí en Chuquisaca y puerto de Buenos Aires”. El primer año de su celebración en Córdoba fue 1639, y es interesante la mención en el acta del cabildo a la entrega de recursos que se reparten entre “mercaderes, sastres, plateros, carpinteros, zapateros, silleros, herreros, tejeros, pulperos y otros cualesquier oficiales de cualesquier oficios” destinados a la fabricación de “sarascas”, unas figuras paganas y demoníacas que solían formar en la procesión llevadas por los gremios de artesanos y las cofradías. Pablo Cabrera citó una noticia de 1700: “y en las procesiones de Corpus Christi, tan famosas en la ciudad del Suquía, aparecían danzando por delante de la sagrada custodia llevada por el sacerdote, un núcleo vistoso, llamativo y entusiasta de gigantes”. El final de esa historia: los excesos paganos, y las quejas de la iglesia, hicieron que Sobremonte prohibiera las danzas y disfraces del Corpus, en 1791.
Esa cita tan antigua permite al menos ver raíces de un espíritu festivo, que a su vez delatan el fuerte control de esa disposición popular. Por supuesto, hay un giro hasta lo que se puede palpar en los tiempos de la modernización provinciana, según el reloj del capitalismo, que aproxima la mirada a las fotos del carnaval cordobés de nuestra referencia. Un poco más cerca de ese objetivo, aporta una mirada a la ciudad una noticia del carnaval de 1877 publicada por el diario El Progreso, referida a las comparsas de máscaras cuya alegría y cuya música eran motivo de indignación para el redactor:
“Comparsas de máscaras - Según entendemos, la Policía ha determinado la hora hasta la cual pueden andar de noches las comparsas en el juego de carnaval.
Pues no se cumple lo ordenado y damos cuenta de ello con tiempo, para que el decreto policial tenga su fiel cumplimiento.
En la calle Unión cerca de la antigua barraca de Lastra, y en la calle Rioja y Santa Rosa, las comparsas han metido un ruido infernal con músicas y gritos, hasta la una de la mañana. Las comparsas recorrían todo ese barrio, unas con instrumentos de viento, otras con acordeones y otras, en fin, con flauta, guitarra, hasta la madrugada. (...) Creemos q' esto no debe ser permitido, como no lo es en ninguna parte.
El sereno de las calles citadas puede atestiguar lo que denunciamos, y responder porqué ha permitido que se quebrante el decreto de Policía, que fija una hora prudencial para que anden por las calles las comparsas.”
Solo tres años más tarde, el semanario La Carcajada, por el contrario, se alegraba de la formación de una comparsa, e incluso esperaba que la policía la cuidase:
“Unión Argentina - He aquí el nombre de la comparsa carnavalesca que se ha organizado para divertirse durante los tres días.
Algo es algo.
Hemos asistido a uno de los ensayos de canto y podemos asegurar que la comparsa está bien preparada.
Son lindas las canciones que tiene, tanto en su letra como en su música.
Ojalá esta comparsa sirviera de estímulo para la organización de otras.
De este modo el carnaval no sería un entierro como lo es por lo general entre nosotros.
La Policía debe cuidar que dicha comparsa sea respetada y que no le arrojen baldes de agua como hay costumbre de hacerlo.”
Encausada ya en una modernización que presentaba las líneas principales del siglo que se avecinaba, Córdoba transitaba un período de activo crecimiento y de formación de una clase popular que se fortalecía en los barrios, en medio de las transformaciones y de la “cuestión social” que desvelaba a la clase gobernante. En cierto modo, el control del “baldazo” de agua mencionado por La Carcajada, era parte de un dispositivo que ya se hallaba en marcha.

De fines a principios de siglo, se ven reflejados en Lugones los cambios en sus consideraciones ideológicas, cuando su figura comienza a aparecer en eventos educativos y culturales, no exclusivamente en tanto escritor.

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