La repercusión que tuvo la noticia de la muerte de Beatriz Sarlo, a sus 82 años, se extendió incluso a aquellos que jamás leyeron sus textos ni la tuvieron como profesora. Y es que su presencia mediática la transformó en una referencia siempre a mano para entender el presente y para vislumbrar el futuro.
El seductor y el fascista
En el próximo mes de agosto se cumplirán 40 años desde que se proyectó por primera vez en Argentina “Casanova” de Federico Fellini, una película que llevaba ocho años prohibida entre nosotros por la censura, en cuyo protagónico se lucía el recientemente fallecido Donald Sutherland.
Cultura08 de julio de 2024J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
El año 1984 representó para la cultura argentina el momento de la recuperación de mucho de lo que se había resignado durante los siete años anteriores, en los que la dictadura había tomado a las manifestaciones artísticas como semillas del accionar “subversivo” y a los propios artistas como agentes antipatrióticos que debían ser combatidos. Para ese aparato propagandístico impuesto desde el Estado, libros, películas y discos que llegaban desde el exterior, debían ser requisados a fondo hasta estar seguros de que no ocasionarían consecuencias negativas con su difusión, influyendo sobre el público mediante ideas que propiciaran la falta de respeto a la autoridad.
Y si bien la censura no era un invento nuevo implantado en marzo de 1976, a partir de esa fecha su rigor se incrementó y sus barreras se potenciaron hasta volverse casi infranqueables. En el cine, donde ese sistema represivo piso un énfasis especial, fueron escasos los proyectos locales que lograron la aprobación oficial, en tanto cientos de títulos internacionales sufrían tijeretazos o directamente veían impedido su desembarco en salas argentinas, debido a motivaciones que iban desde las escenas subidas de tono hasta un contenido que pudiese ser catalogado como levantisco por parte de quienes ejercían como censores.
Ni bien asumió en diciembre de 1983, el gobierno democrático empezó a desmontar esa estructura opresora, que había iniciado su proceso de resquebrajamiento después de la Guerra de Malvinas. Pero iba a ser al año siguiente cuando comenzaran a verse los resultados de esa política, con el estreno de una serie de largometrajes nacionales que fueron testimonios evidentes del cambio de época. La más recordada de esas cintas tal vez sea “Camila”, de María Luisa Bemberg, que en 1985 iba a competir en la ceremonia de los premios Oscar y que se atrevió a tocar temas ríspidos a los que antes no se les hubiese permitido salir en pantalla.
También fue en 1984 cuando se materializó la llegada de una avalancha de producciones de otros países, tanto de Europa como de América y Asia, que quizás databan de varios años atrás pero que nunca habían sido liberadas para su exhibición ante el público. Obras de prestigiosos directores y también osadías eróticas de poca monta, arribaron a las carteleras de un día para el otro y obligaron a los espectadores a repartir su tiempo libre para darse una panzada de cine como si fuera su obligación recuperar cuanto antes el tiempo perdido.
En el próximo mes de agosto se cumplirán 40 años desde que se proyectó por primera vez entre nosotros “Casanova” de Federico Fellini, un filme en el que el idolatrado realizador italiano se le anima a un personaje veneciano del siglo dieciocho cuya autobiografía trascendió a lo largo del tiempo como el prototipo del seductor. En los cines italianos, la película había debutado en 1976, pero los amoríos de este libertino que hacía del sexo su deporte favorito no tenían ninguna chance de mostrarse en aquella Argentina en manos de genocidas; “Casanova” debió esperar ocho años hasta que por fin pudo ser apreciada por aquí.
Fue en esa instancia que se advirtió el lucimiento del actor canadiense Donald Sutherland en el rol principal, para el que Fellini le pidió que compusiera a un galán caricaturesco, sumido en el vacío de una vida en la que los sentimientos carecían de valor. Fallecido el pasado 20 de junio a los 88 años, Sutherland también había aparecido en aquel 1984 en un rol secundario en otro filme de 1976 que recién entonces tuvo cabida en Argentina: en “Novecento”, de Bernardo Bertolucci, él asumía el rol de Atila, ese fascista deleznable cuyo sanguinario rostro jamás podremos olvidar.
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