Caras y caretas cordobesas

La historia del monumento al catedrático universitario del siglo diecinueve Rafael García, en la plazoleta frente a la iglesia de la Compañía de Jesús, pide una y otra vez ser contada ,y para eso existe una red de diversos testimonios.

Cultura23 de septiembre de 2024Víctor RamésVíctor Ramés
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La Ilustración Artística ,7-2-1898. Plazoleta y estatua (Foto de Félix T. Tey)

Por Víctor Ramés
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Las personas, las estatuas y sus símbolos (Primera Parte)

Tirar abajo una estatua puede ser un gesto vandálico, una agresión simbólica, un acto de justicia “poética”, un desagravio, una liberación de resentimientos acumulados. También la puesta en escena de una acción criminal. Se necesita que la estatua esté allí ocupando un espacio intemporal y por tanto incorruptible, habitando un mundo paralelo, lento. Objeto que reenvía a una ausencia, a un juicio social, a una parábola, a un modelo ejemplar. Una estatua puede dominar el espacio, y esa dominación ser el eco interminable de lo que cada época martillea forjando sus héroes y semi héroes, lo que quieren decir a través de su culto. “La época” puede ser una simple agencia municipal, un decreto, una facción o partido político. Lo que se necesita es que la estatua esté allí. En ocasiones, hablando francamente, ha ido a parar allí porque no se sabía qué hacer con ella.
Pero, al ser estatua, no puede hacer de otra cosa y allí está, sin sentir el viento de la historia que se desarrolla y se desvanece alrededor, con sus pasiones políticas, sociales, gremiales, colectivas.

La vemos en el propio recuerdo como alumno del Monserrat y también en viejas fotografías. La estatua del doctor Rafael García ha sido ignorada día tras día por generaciones de estudiantes que acudían al colegio de la manzana jesuítica hasta el cambio de milenio. Algo fijo allí, al pasar, como un cantero, como un árbol en una placita frente a la iglesia de la Compañía de Jesús. La estatua, toma uno. La estatua como depósito de incógnitas. ¿Quién fue? ¿Qué hizo? Esto remite directamente al original de la estatua. 

Modelo para un fundido en metal
Rafael García fue el primer decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, y un jurista admirado por sus pares, entre ellos por el propio codificador Dalmacio Vélez Sarsfield. Según un partidario político citado de un periódico local por Ramón J. Cárcano en Perfiles Contemporáneos (1885), “García era el tribuno que arengaba en las reuniones populares, el valiente cabecilla que ganaba las mesas de elecciones, y el orador que hacía resonar su voz ilustrada en el seno ardiente de los comicios. (…) Todos le llamamos el maestro y realmente ha fundado entre nosotros una escuela de interpretación y posee una erudición tan vasta y un criterio tan seguro, que lleva con propiedad aquel nombre”.
Con esto le adosamos al modelo de la estatua de Rafael García una valoración positiva, en boca de un socio político. Era también -una cosa no quita la otra- una figura del catolicismo conservador, a veces con más ganas de abrazar el convento que la política. Su papel, por consiguiente, fue hacer de contrapeso clerical a las más audaces motivaciones liberales. Quien citaba esas frases encomiosas para Rafael García, el doctor Ramón Cárcano, a su vez un conservador liberal, había sufrido la desaprobación académica por parte del catedrático cuando presentó su tesis en defensa de la enseñanza laica y la separación de la Iglesia del Estado, en 1884. “La tesis de Cárcano entró al Consejo Académico el 5 de abril de 1884 por un recurso de reconsideración, debido a la falta del aval del profesor de Derecho Civil, Dr. Rafael García. Se autorizó por mayoría con la opinión favorable de Miguel Juárez Celman, padrino de tesis, Telasco Castellano y Justino César, y el voto negativo de Rafael García, Nicolás Berrotarán y Nicéforo Castellano”. Lo exponía Nora Mariela Barrionuevo en un estudio sobre tesis doctorales en la Universidad Nacional de Córdoba de fines del Siglo XIX.

Una estatua que tapaba su tumba
Se lee por allí que tiempo después de que don Rafael hubiese dado su último suspiro (enero de 1887) su viuda doña Augusta Montaño les solicitó a las autoridades de la ciudad ubicar la estatua de su marido en la plazoleta frente al edificio donde aquel había cosechado sus logros académicos. La estatua había sido entregada en 1894, obra del escultor italiano Rómulo del Gobbo, y el pedestal fue encargado a continuación. Al parecer, resultaba demasiado prominente para ser ubicada en el Cementerio San Jerónimo, ya que, según la viuda, no dejaba ver la sepultura. Nada se dice sobre si alguien se tomó el trabajo de medir la proporción entre el homenaje y su modelo. Lo cierto es que Augusta Montaño de López quería descansar ella misma de la estatua y compartir con otros aquel retrato en volumen de su marido. Consiguió hacerse oír y se convino darle al don Rafael vaciado en molde, un lugar en aquella plazoleta. Carlos Page nos acerca, con su precisión de siempre, algunos detalles previos a la concreción del monumento, como que el escultor había puesto la condición de que la estatua se fundiese en Italia y fuese “entregada en Córdoba aproximadamente en el mes de septiembre de 1895, siendo lugares posibles de su emplazamiento la plaza del Pueblo General Paz o bien, insistiendo, en la plazoleta de la Compañía”. Refiere Page que, en 1889, en plena negociación por el monumento, “Eufrasio Loza, miembro de la comisión de homenaje a Rafael García y varios años después gobernador de la provincia, viajó a Buenos Aires a pedido del doctor Ángel Pizarro, a los efectos de entrevistar al escultor del Gobbo. En aquella reunión, fue cuando se decidió que el monumento se fundiría en Buenos Aires, siendo quizás ésta, una de las primeras tareas que se realizaron en el país, estando a cargo el señor Antonio Lavazza, cuyo taller se ubicaba en la calle Viamonte 1843”.
Terminados todos aquellos prolegómenos, la estatua de don Rafael fue inaugurada en mayo de 1895 en el mencionado emplazamiento.

Sería una siguiente generación la que se encargaría de darle una resignificación en el nuevo siglo a la representación de Rafael García en la plazoleta de la Compañía, allí donde también los estudiantes de Derecho transitaban esa cuadra, aburriéndose del retraso en los saberes sociales y de las viejas mentalidades que se respiraba en las clases de la facultad.

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