Caras y caretas cordobesas

Una vida breve, una carrera fulgurante, una obra destacada en los grandes museos y colecciones, definen al pintor bellvillense Walter de Navazio (1887-1921), que se formó en Buenos Aires y pintó muchas veces las sierras cordobesas y sus paisajes.

Cultura30 de septiembre de 2024Víctor RamésVíctor Ramés
Walter de Navazio - Caras y Caretas 1918
Walter de Navazio en una nota de Caras y Caretas, 16 de noviembre de 1918.

Por Víctor Ramés
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Walter de Navazio, el pintor promisorio (Primera Parte)

No se trata del todo de un pintor desconocido, pero sí de uno muy poco conocido, más allá del núcleo erudito del mundo del arte, que cuenta con su tradición e historiografía. Y, sobre todo, allí están sus obras, testimonios frágiles, aunque menos frágiles que los propios humanos, sean artistas o no. De Walter de Navazio se puede contar su carrera de pintor, y se pueden apreciar sus obras. Más difícil es contar su vida misma, el cotidiano de un artista argentino que brilló con luz breve, pero dejó huella imborrable en su etapa productiva, entre 1907, a sus veinte años, cuando comenzó a estudiar en la Academia Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, y 1921, fecha de su muerte. Sí, vivió 33 años. Eso fue todo. En medio, la carrera artística de la que son testimonios su obra y también los textos que esas obras suscitaron en el entorno periodístico más masivo, sin obviar las publicaciones especializadas y menos leídas por el pueblo alfabetizado. 

La mayoría de las obras de Walter de Navazio se encuentra en museos porteños, y fue allí donde realmente desarrolló su carrera, si bien no menos de un tercio de porción de los apuntes para sus obras fueron realizados ante la inspiración de las sierras de Córdoba. Aquí en la ciudad hay obras del artista en el Museo Caraffa y en el Museo Genaro Pérez, dos cuadros diferentes pero homónimos, titulados “Paisaje”, a secas. También su ciudad natal, Bell Ville, cuenta con un museo que lleva su nombre y posee dos cuadros firmados por De Navazio. A los fines de acercarse a su obra, sin la exquisitez indiscutible de concurrir a un museo, hay muy buenas reproducciones digitales disponibles para palpar la certeza de sus pinceladas. 

En cuando a los pocos aspectos personales que se pueden hallar sobre su vida, Walter de Navazio nació en Bell Ville, Córdoba, en 1887, de un humilde matrimonio napolitano. Concibió temprano su pasión por el arte, y obtuvo los primeros acercamientos al dibujo en su misma ciudad. De la adolescencia al muchacho decidido que se fue a Buenos Aires siguiendo su estrella, fueron solo unos pasos y a los veinte años, en 1907, cursaba ya la Academia Nacional de Bellas Artes. 

Como todo ocurrió rápido para él, no terminó ese periplo institucional, pero allí tuvo como maestro a Martín Malharro, y eso lo situó en un ambiente de pares, jóvenes seriamente comprometidos con el oficio y su aprendizaje. Pronto dejó la academia para continuar su formación en talleres de enseñanza libre y se integró a un grupo de artistas, La nueva Colmena, vinculados al taller de Martín Malharro. Si bien de Navazio pertenecía de arranque, por su edad, a la llamada Generación del Centenario, en aquel 1908 en que era bienvenido a un momento modernista de la historia del arte argentino, su grupo de referencia, La Nueva Colmena, se definía como antiacademicista. El grupo de críticos y artistas que se incluían bajo la denominación del Centenario, como Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, y pintores como Fader, Collivadino, Bernaldo de Quirós y otros, estaban más orientados al arte institucionalizado. Probablemente el I Salón Nacional de Bellas Artes, a partir de 1911, borró en parte esas diferencias, admitiendo a unos y a otros bajo su ala, ya que todos concurrirían a él, entre ellos Walter de Navazio. Entretanto, en torno al maestro Martín Malharro, un referente del modernismo, se formó un verdadero taller de estudiantes y De Navazio fue uno de sus discípulos destacados. 

Un cronista nostálgico de Caras y Caretas, en 1931, evocaría esos años del ambiente y de los talleres, al producirse una alteración urbana en Buenos Aires, cuando “el nuevo Parque del Retiro expulsó al viejo Salón de Bellas Artes”. El autor de esa nota, que firmaba como “Namuncurá”, era evidentemente cercano a la época que evocaba, y tomaba nota de la desaparición de un tiempo habitado por las siluetas de artistas “donde bullía la vida del ‘taller libre’, y se formaron o perfeccionaron Hohmann, Hildara Pérez, López Naguil, Mazza, Thibón, Silva, Canale, Centurión. Donde paseaba Walter de Navazio su chambergo gris y Donnis aquel espectacular sobretodo que le valió el irrespetuoso mote de ‘cebra’”. Señala luego “Namuncurá” que “la piqueta se impacienta”, presta a ahuyentar los recuerdos de, entre otros, “Julián Aguirre; la romántica silueta de Ramón Silva, como una evocación de Chopin; el poeta de los saucedales Walter de Navazio; el desdibujado Lamamna; Valentín Thibon de Libian, el magnífico evocador de la vida de bambalinas, aquel niño bueno que lloraba en su hora postrera ‘porque no vería nunca más el cielo azul’.” 

Antes de terminar la primera década del siglo veinte, ya Walter de Navazio se hallaba encarrilado en su aprendizaje, y también en su producción. A la vez que se asentaba como una de las figuras de la movida de artistas en Buenos Aires, mantuvo un vínculo pictórico con las sierras de Córdoba, por elección temática y también cromática. El bellvillense pasaba temporadas de producción en su provincia, y en 1909, en una de sus estadías cordobesas, se sabe que pusieron sus caballetes uno junto al otro nada menos que con Quinquela Martin, quien contaba entonces diecinueve años y había venido a Córdoba, en cuyos buenos aires serranos permaneció durante seis meses aquel año, para mejorar su salud. Ambos pintores pasaron horas buscando los colores de las montañas, los pueblitos y el verde nunca repetido en la paleta del paisaje. 

Reconocido ese mismo 1909 con el Premio Europa, viajó con el propósito de conocer museos, galerías, tendencias y repetir el recorrido prácticamente obligado para un artista joven que tomaba contacto con la gran herencia pictórica de los países del viejo mundo. A su regreso, obras suyas fueron incluidas en la Exposición Internacional del Centenario (1910) y participó del Salón Nacional desde su primera realización (1911). En la edición de 1913 obtendría el Premio Adquisición de la importante convocatoria.



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