La maravilla del comercio
El proceso de desregulación se acerca a la clase media más golpeada, permitiendo la compra internacional por internet
Nacional20 de noviembre de 2024Javier BoherPor Javier Boher
Las crónicas que relatan cómo fue el ingreso de los países liberados del bloque comunista al mundo libre y capitalista coinciden en un punto muy elemental: la gente se maravillaba de la posibilidad de consumir distintas marcas y en mayor cantidad que lo que lo hacían en tiempos de dominio soviético. Hace rato que algo parecido ocurre con los argentinos que viajan al exterior por primera vez. Podrían asombrarse por conocer el Coliseo romano, la Torre Eiffel o el Big Ben, pero lo que terminan mostrando muchos de los que visitan el extranjero es la góndola de un súper. Así de aislados nos volvieron.
Entre Sturzenegger y Caputo siguen levantando restricciones y regulaciones que pesan sobre la economía argentina, entorpeciendo y burocratizando su funcionamiento. No hay salida posible en el marco legado por el kirchnerismo, por lo que cada normativa que se elimina es un poco de aire para un consumidor o un productor que tienen un poco más de margen de acción.
La nueva movida, justo antes de Navidad, es la de liberar las pequeñas importaciones que pueden hacer los particulares. Zapatillas, teléfonos, remeras, consolas y algunas cosas más ahora se van a poder comprar casi como en el exterior, sumando el IVA a lo que se ingrese. La medida es vista por algunos políticos y economistas como la posibilidad de iniciar la destrucción de la industria nacional, un análisis que no debe haber hecho ni un solo consumidor, ávido de consumir productos baratos del exterior. Todo el mundo anda extático como el rumano que acaba de colgar a su dictador para ingresar a occidente.
Quizás la medida sea incompleta si no se acompaña de una baja de impuestos a los productores para aumentar su competitividad, pero en ese pequeño margen que le dejan a los consumidores ya puede haber pequeñas inversiones productivas que le cambien la vida a la gente, como herramientas eléctricas o de mano para quienes ofrecen servicios de mantenimiento, equipos de manipulación de animales o alimento para quienes trabajan en pequeñas explotaciones agropecuarias y bienes tecnológicos para quienes venden servicios digitales al exterior. Todo suma para que la gente se libere del yugo estatista que los obliga a rendirle pleitesía.
La medida debe estar estudiada con los números pensando en el impacto fiscal que puede llegar a tener, pero -mucho más importante- en el impacto político para la elecciones del año que viene. El dólar que algunos dicen atrasado ayuda a que esos sectores medios que pagaron el costo del ajuste puedan consumir más allá de las que podrían ser sus posibilidades reales, importando cosas o viajando al exterior para vacacionar. Quizás el cálculo sea demasiado centrado en la política para personas que siempre piensan en términos de racionalidad económica, pero difícilmente encontremos a alguien dispuesto a separar ambos mundos.
Todos tenemos recuerdos de cuando se podían comprar cosas afuera y de la adopción de políticas para restringir esas prácticas. También hemos escuchado de gente que quiso ser estafada por algún empleado del correo o de aduana, y también del circuito de “enfriado” de productos con los que se quedaban con las cosas al no notificar la llegada de las mismas y mandar a algún allegado a que las retire. A pesar de que los libertarios usan con demasiada liviandad el término “comunista”, nos dimos cuenta de que nosotros éramos el húngaro o el checo que lo único importado que conocía eran el vodka ruso o el azúcar cubano. Vivimos mucho tiempo aislados del mundo por pretextos ideológicos que servían pura y exclusivamente a corporaciones empresariales, políticas y sindicales que se beneficiaron del aislamiento, de la cortina de hierro autoimpuesta. Por suerte de a poco se empiezan a caer los ladrillos.
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