La nostalgia como trampolín

J.C. Maraddón

Hace 45 años, el 30 de noviembre de 1979, el grupo inglés Pink Floyd publicaba “The Wall”, su undécimo álbum de estudio cuya presentación en vinilo se hizo a través de un disco doble que representaba en su portada una pared de ladrillos blancos sobre la que se había escrito con pintura el nombre del grupo y el de la obra. Aunque la banda volvía a incursionar en un trabajo conceptual, esta vez se había acercado muchísimo al formato cancionero, algo que contrastaba de manera notoria con sus lanzamientos anteriores, en los que abundaban piezas experimentales.

Con el bajista y cantante Roger Waters como compositor principal y como ideólogo, “The Wall” fue a la vez el título de mayor pegada comercial de toda su discografía, y el que disparó un primer quiebre en la relación entre Waters y el guitarrista David Gilmour, responsables hasta ese momento de la orientación artística de Pink Floyd. Durante las sesiones de grabación, se produjo un altercado con el tecladista Rick Wright, que abandonó la formación y realizó sus aportes en carácter de sesionista. En 1983, el álbum “The Final Cut” iba ser el último en el que Waters y Gilmour compartirían la composición y la interpretación.

El shock que provocó la aparición de “The Wall” en 1979 se iba a completar tres años después con el estreno de una versión cinematográfica de esa historia que el grupo había desarrollado por vía de sus canciones. Bajo la dirección de Alan Parker y con el protagónico a cargo del también músico Bob Geldof en el papel de Pink, “Pink Floyd The Wall” fue una película que marcó el final de una época, cuando las óperas rock eran un soporte al que las grandes bandas de rock progresivo acudían para manifestar su postura generacional frente al mundo.

Siguiendo el modelo que plasmó The Who en “Tommy”, Roger Waters desplegó en “The Wall” la biografía de un personaje que, como medio para expiar un episodio traumático, deviene en estrella de rock y luego en un manipulador de masas. La parábola de ese niño huérfano al que la educación formal trata con el mayor de los rigores, y que después canaliza su resentimiento en el rocanrol y en ejercer un poder autoritario, legó un mensaje imborrable en la memoria de aquellos jóvenes y adolescentes que concurrieron masivamente a las salas de cine para exponerse a los estímulos de esta producción que reforzaba su mensaje con animaciones de alto impacto.

Después de haber atravesado todo tipo de vaivenes en su carrera, Miley Cyrus ha anunciado hace pocos días que en 2025 verá la luz su nuevo disco, que será el sucesor del aclamado “Endless Summer Vacation” de 2023. La diva pop anticipó que ese álbum se llamará “Something Beautiful”, y dejó a todos con la boca abierta cuando aseguró que se ha inspirado en “The Wall” para componer las canciones, aunque asume que ha dotado a ese material de un estilo “más glamoroso” que el de la genialidad rockera de Pink Floyd.

Llama muchísimo la atención que una figura actual se remonte tan lejos para buscar influencias, en especial de una película a la que ella confiesa haber visto hace varios años ya, mientras fumaba marihuana junto a unos amigos. Quizás lo que ella tome de aquella cinta sea la combinación entre lo visual y lo sonoro, para provocar un efecto al que Miley sugiere como “psicodélico”, aunque la inmersión de Pink Floyd en la psicodelia hubo ocurrido allá por los años sesenta. Es de esperar que la cantante use a “The Wall” como trampolín para saltar hacia adelante y no para caer una vez más en la nostalgia que nos impide vivir en el presente.