Un encomiable esfuerzo ha realizado Netflix para honrar el épico “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez a través de una serie disponible desde hace algunos días, que no se decide a adecuar de modo radical lo novelado y hasta apela a la voz en off, una herramienta obvia en estos casos.
Persistir en la hibridez
Con la realización de una nueva edición del Buenos Aires Trap este fin de semana en el Parque de la Ciudad, pareciera renacer aquel hábito del siglo veinte, que instaba a que quienes tenían gustos musicales parecidos confluyeran sobre el mismo predio para escuchar a sus artistas favoritos.
Cultura06 de diciembre de 2024J.C. MaraddónJ.C. Maraddón
Desde mediados del siglo veinte, los festivales de música sirvieron para consolidar un estilo musical que procuraba legitimar su predicamento a través de esas jornadas en las que sus principales referentes salían a escena para mostrar lo suyo y para expresar así su adhesión a una corriente sonora en particular. Mucho tuvieron que ver en el establecimiento de estos encuentros rituales los avances tecnológicos que posibilitaron una amplificación del sonido suficiente para que los músicos pudiesen hacerse escuchar ante un auditorio que congregaba a miles de personas, dispersas en un predio acondicionado para la ocasión, que casi siempre consistía en un anfiteatro.
Así como en Estados Unidos se volvieron habituales los eventos de jazz, country o folk, entre nosotros la década del sesenta señaló la culminación de iniciativas vecinales que dieron pie a la conformación de comisiones organizadoras que propiciaron la realización de festivales de folklore en Cosquín y Jesús María, y de Tango en La Falda, entre otros. Con una continuidad que se prolonga hasta la actualidad, esas convocatorias representan hoy emprendimientos que exceden por mucho lo musical y que promueven la actividad turística y gastronómica, constituyendo un atractivo que multiplica la afluencia de visitantes a las ciudades que ejercen como sedes.
Cuando el rock abandonó la inocencia de sus inicios y se imbuyó de un espíritu contracultural digno de crédito, los festivales del género pasaron a ser citas ineludibles para quienes compartían el ideario de rebeldía y protesta que animaba al movimiento y que encontraba en esos espectáculos multitudinarios el espacio para su reunión cumbre. Fue en esas jornadas que la comunidad rockera forjó su cohesión y se ofreció al mundo como una fuerza de choque pacifista, ambientalista y dotada de una perspectiva crítica. La costumbre se extendió en todas la direcciones y también en Argentina (y en Córdoba) se verificaron réplicas.
Desde aquella utopía hippie que habitaba las mentes juveniles medio siglo atrás, hay una enorme distancia hasta el fervor festivalero que reina por estos días, cuando el entretenimiento ha copado los favores masivos y ya no queda casi lugar para el idealismo. Los viejos festivales de rock han devenido en parques temáticos donde se cruzan las más diversas ramas estilísticas, como atractivo central de una exposición en la que pululan muchos otros estímulos además de los sonoros. Casi nada queda de la mística sesentista, que hoy se revela vetusta frente a toda el agua que ha pasado bajo el puente.
Con la realización de una nueva edición del Buenos Aires Trap este fin de semana en el porteño Parque de la Ciudad, pareciera renacer aquel hábito de la pasada centuria, que instaba a que aquellos que tenían gustos musicales parecidos confluyeran sobre el mismo emplazamiento para apreciar a sus artistas favoritos. Cierta pureza estilística se percibe en esa grilla de intérpretes encabezada por Nicki Nicole, Duki, Bizarrap, Cazzu, Neo Pistea, Khea y Lit Killah, junto a muchos de los surgidos en la última década, que a esta altura ya han demostrado hasta dónde son capaces de llegar con sus canciones.
Pero convengamos en que, al igual que el rocanrol, la veta trapera se caracteriza por una hibridez intrínseca, que ha convertido en elásticos los límites de la categoría. Y, además, la fase empresarial en la que se hallan este tipo de conciertos esquiva cualquier intención de segmentar el público, más bien por el contrario incita a que la asistencia concurra por la motivación se der parte de una experiencia colectiva. De todos modos, el hecho de que el Buenos Aires Trap se sostenga en cartelera, indica que esa vertiente artística han logrado una persistencia mayor a la que se le auguraba tiempo atrás.
Según sea el lector de acá o de allá, o más al norte o cerca de un valle, o de las nieblas del Riachuelo, pronunciará las “erres” a su modo. Daniela Mercado y José Luis Aguirre juntaros sus erres y grabaron un tango “con el cielo en todos lados”.
“Jurado N°2”, la más reciente película dirigida por Clint Eastwood que acaba de ser estrenada en la plataforma de Max, se encuadra a la perfección dentro de ese modelo de cinematografía que abreva en las raíces y se hace fuerte desde una adhesión plena a lo que indica el manual.
El disco “Ríos” ofrece un trabajo musical que se detiene ante cada uno de nueve ríos argentinos, a tributar su entorno sonoro, su paisaje, su carácter en la guitarra, con aportes de voz solista, percusión y textos leídos.
Por estos días es noticia el próximo estreno de una cinta documental, titulada “Becoming Madonna” y producida por la cadena Sky, que pretende ser la “biografía definitiva” de esta artista que dominó el panorama musical de finales del siglo veinte y que todavía se resiste a abandonar el centro de la escena.
La leyenda oral, los libros intermediarios, la mirada de la ciencia, así como un artículo periodístico de 1900 y una reciente película de terror, remiten al “ucumar”, criatura fantástica que se vuelve real en virtud del arraigo de su creencia.
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