
Casi nadie sabe de qué manera procesar este fenómeno que sigue subvirtiendo la política nacional
Las quejas del presidente y el escrache a la ministra Pettovello son dos caras del mismo problema, el del vínculo con los representantes
Nacional21 de octubre de 2024Por Javier Boher
Durante el gobierno de Macri se puso de moda entre la gente más de derecha una forma de definirlo: kirchnerismo de buenos modales. Básicamente esos protolibertarios consideraban que la política de Juntos por el Cambio no era muy distinta a la del kirchnerismo, aunque los modos sí lo fueran.
Ese análisis es a todas las luces falso, aunque aquella coalición de gobierno debió moverse en una franja de centro que le dificultaba retirar al Estado de la economía por la presión que ejercían los socios progresistas. La resistencia que encontró Macri para empujar hacia la derecha finalmente terminó expulsando a muchos de sus votantes, que terminaron por ungir a Milei como su líder.
En el camino rompieron todas las prácticas de Buenos modales de la convivencia política. Se parecen bastante a los kirchneristas en sus malos modales, pero con la diferencia de que ni siquiera respetan los códigos que la casta tiene para sí. Se valen de la casta como una herramienta, un medio, y no un fin en sí mismo (lo que le pasó a los radicales que por años perdieron las ganas de ocupar un cargo ejecutivo).
Esos malos modales libertarios encuentran eco en su máxima figura, el presidente Milei, que tuitea y retuitea opiniones fuertes contra sus rivales, las que son señaladas como autoritarias por sus opositores. Hoy todos eligen hacerse los zonzos, los olvidadizos, para evitar referirse a los ataques del kirchnerismo a todos los que se le oponían durante sus cuatro períodos de gobierno. Hoy está tan mal como entonces mandar a los seguidores más intensos a atacar (aunque sólo sea de manera verbal o digital) a los que no están en el gobierno y no controlan los resortes del Estado, una inmoral máquina represiva en el pensamiento anarcocapitalista.
Ahora bien, toda esa imagen de fortaleza y amedrentamiento se desmoronó rápidamente cuando el gobierno denunció violencia institucional por un escrache a la ministra Sandra Pettovello porque algunas de las personas que compartían con ella el colectivo que hace el transfer en el aeropuerto no perdieron la oportunidad para reclamarle por las universidades, aerolíneas y los alimentos no entregados. Eso se empieza a cosechar cuando el discurso desde el poder destrata a los opositores.
Parte del problema de ese reclamo no tiene tanto que ver con la supuesta violencia en el trato, sino con la falta de herramientas para comunicarse con los representantes. En el caso del poder ejecutivo puede que sea un poco más difícil, pero no puede ser que no haya mecanismos más o menos institucionalizados para hacer llegar las demandas a los gobernantes.
En ese sentido Milei carga sobre su figura con toda la presión. Se pone en el centro de las críticas y acepta el papel que le toca a un presidente. Busca tener diálogo directo con la gente, sin intermediarios. El gran problema de eso es que la gente entiende solo esa lógica para relacionarse, explotando en críticas contra cualquier cara que le represente al poder, aunque no sean el lugar ni los medios para hacerlo. Los escraches o repudios son el resultado de la falta de canales institucionales para comunicarse con los gobernantes. ¿Qué clase de representatividad tiene un sistema en el que los representantes, especialmente los legislativos, son inaccesibles para los representados?
Las instituciones republicanas son más importantes para esto último que para preocuparse por los dichos de un presidente. Buenos o malos modales pasan a un segundo plano si los ciudadanos tienen a quien ir a presentar sus quejas.
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