Caras y caretas cordobesas

Concluye aquí la puesta sobre la mesa de unas piezas para armar sobre el viejo solar de la casona natal del General Paz. Los elementos resultan insuficientes, y el armado provisorio.

Cultura23 de octubre de 2024Víctor RamésVíctor Ramés
Casa Gral Paz Caras y Caretas diciembre 1910
La casona en cuestión, según "Caras y Caretas".

Por Víctor Ramés
gabrielabalos.prensa@gmail.com

Una vieja casona en la calle San Martín (Segunda parte)

En lo referido a la fotografía publicada en Caras y Caretas en diciembre de 1910, de la que venimos hablando, no se cuenta con más especificaciones que la imagen misma y su escueta nota al pie, un elemento interesante, aunque insuficiente para formular hipótesis. Lo único que se puede agregar acerca de lo que muestra ese documento fotográfico, es lo que se deduce a simple vista: se trata de una casona de una sola planta cuya fachada presenta elementos de estilo neoclásico compatibles con una construcción de finales del siglo XVIII. Se ve bastante descuidada, y es posible que estuviese abandonada. Desconocemos si la foto era reciente, o si a la fecha de su publicación todavía quedaba en pie la vieja construcción. El semanario porteño de 1910 no despeja mayores dudas, debido a lo limitado de los datos que contiene. Es todo con lo que contamos a partir de este material de archivo. En el contexto de la información ya citada de Manuel López Cepeda, sobre la demolición de la vieja casona del General Paz para levantar la casa de dos plantas de Gregorio Gavier, se podría deducir que la propiedad de la familia Paz debió desaparecer en los años ochenta del siglo XIX. En ese caso, no sería posible que la misma estuviese aún en pie en 1910. Claro que también es posible que no hubiese una coincidencia total entre ambos terrenos.

Por lo que pasamos al tercer y último elemento referido a la propiedad que fuera de la familia del general José María Paz. 

Las mulas de doña Rosalía Zeballos

El próximo dato de nuestro interés obliga a un largo rodeo para dar cuenta de la situación en que las cosas tuvieron lugar. Una vieja anécdota publicada en el diario La voz del interior, en 1911, rescataba un gesto del Brigadier General José María Paz, hacia el final de su campaña contra las fuerzas federales. Paz había ocupado Córdoba al frente del ejército unitario, infligiendo sucesivas derrotas a los jefes Juan Bautista Bustos y el riojano Quiroga. Entre enero y mayo de 1831 (poco antes de caer prisionero Paz, por un error suyo, poniendo de ese modo fin a su rol principal en el conflicto), la contraofensiva del Pacto Federal concentraba en diversos puntos de la frontera cordobesa operaciones de los ejércitos de la Unión integrados por los hombres del santafecino Estanislao López, los de Juan Manuel de Rosas -al mando del general Balcarce- y los que había conseguido reunir Facundo Quiroga.

Entre las constantes necesidades de la lucha se contaba la provisión de mulas y caballos para sostener las campañas de ejércitos empobrecidos por la naturaleza misma del conflicto, en un territorio donde se había desarticulado la red de comercialización virreinal y el comercio de ganado mular había decaído al quedar paralizada la comunicación con el Alto Perú. El general José María Paz dejó relatado en sus memorias que la invasión realista del año 1817 había obligado al ejército patriota a la retirada y que, en tal carencia de recursos, a veces se volvió necesario recurrir a la carne de mula para alimentarse. Un destino sin duda excepcional para las bestias, determinado por las urgencias y las prioridades. 

Volviendo al General Paz en 1831, el jefe unitario decretó frente a la estrechez de recursos, una serie de embargos. Dice el artículo citado: “principiaron las requisas, los préstamos privados, las donaciones, y el director supremo de la guerra tiró un bando por el cual toda persona radicada en la provincia o simplemente de tránsito, que tuviera cabalgaduras, quedaba obligada a ponerlas a disposición del gobierno.”

En medio de dicho cuadro de situación, “dos días antes de aparecer el edicto, se había detenido en Córdoba, de paso para Catamarca, doña Rosalía Zeballos; iba a cumplir una promesa que hiciera a la virgen del Valle, que acababa de devolverle la salud del hijo único que la consolaba en su viudez. Al salir de Santa Fe, su cuna, vendió cuanto tenía para comprar diez mulas que le servirían para realizar el viaje y de las que pensaba disponer en el lugar de su destino, con el fin de cubrir el costo de diez mil ladrillos que había ofrecido al templo de la patrona.”
Llegada a Córdoba esta mujer, “como es natural, la primera patrulla de requisa con que se encontró, arreó con las mulas de la santafecina; y allá fue ella a quejarse y a llorar a los pies del general Paz. Este oyó con aire bondadoso las cuitas de la pobre devota, y para terminar la audiencia, le dijo:
-Venga usted dentro de dos días.”
Cumplido dicho plazo, doña Rosalía concurrió a ver a Paz quien, “al saber su presencia, mandó que la hicieran entrar en su despacho, recibiéndola de pie y apoyado en la sencilla mesa que le servía de escritorio.
-Vea, señora- dijo el general, así que entró la del voto, con su cara de desesperación- como general en jefe he dado una orden que reputo justa por su necesidad, y la haré cumplir por todos sin distinción; pero como ciudadano, quiero tener la honra de ser yo mismo quien regale las mulas a la patria. En esta chuspa encontrará usted diez y ocho onzas, que creo el precio equitativo de nueve de sus animales; puede usted elegir uno, el que más le plazca, para seguir su camino. Puede retirarse.”
La anécdota nos ahorra la sorpresa, la emoción y el agradecimiento de la viuda santafecina, pero su autor cierra el relato afirmando lo siguiente: “El general Paz había conseguido ese dinero vendiendo a vil precio el hermoso solar que poseía dentro de la ciudad.”

Esa línea final aporta un elemento más al foco de nuestro interés, en una dispersa historia para armar. Con todas las prevenciones del caso, nos quedamos con el triángulo que forman el dato de un memorialista en 1966, una fotografía solitaria en 1910 y la anécdota publicada por un diario en 1911. Sin duda deben existir, aquí y allá, datos claves suficientes para borrar todas las dudas de nuestro informe inconcluso. 



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