La experiencia como negocio

J.C. Maraddón

El acostumbramiento a la rutina de cada día y la preeminencia del ámbito urbano como espacio para el desarrollo de las actividades humanas, han incentivado la necesidad de que quienes disponen de dinero para ese tipo de pasatiempos, se involucren en propuestas específicas de distracción que implican salir de lo previsible. Y ante esa necesidad de un segmento de la población, ha florecido la oferta dentro de ese rubro, que es uno de los que más ha crecido y que abarca el espectáculo, el deporte, el turismo de aventura y una lista inacabable de opciones que hoy incluyen altos componentes tecnológicos.

Desde las ferias medievales que proveían de esparcimiento de los europeos de aquella era hasta la inauguración de Disneylandia en los años cincuenta, fueron muchas las iniciativas de esas características que sacaban a la gente de sus quehaceres cotidianos y la llevaban a disfrutar del tiempo libre. Tal fue el éxito de esos emprendimientos, que terminó creándose una industria de los parques temáticos, que hasta la fecha se mantiene siempre en crecimiento y que se preocupa por que sus prestaciones sean cada vez más sofisticadas, para de ese modo sostener el atractivo y seguir convocando a hordas de interesados en sus servicios.

De a poco, otros eventos fueron adaptándose a ese formato, en razón de la excelente llegada que presentaba entre las mayorías. La caída en desgracia de antiguos centros de diversión como los zoológicos o los circos, obligó a los inversores a pensar ideas para magnetizar el interés de ese mismo público, sin disparar el encono de los proteccionistas. Y hasta la fe religiosa ha caído en el mismo juego, con proyectos que interpelan a los creyentes, en tanto los museos y observatorios se esmeran en desarrollar lo inmersivo para capitalizar sus potencialidades como foco de acciones entretenidas. 

Los festivales de música, que entre la grey rockera han constituido un polo de mancomunión desde hace más de cincuenta años, viraron hacia la estructura de los parques temáticos en el presente siglo, en un difícil proceso que, sin embargo, le ha dado los organizadores infinitas satisfacciones. En la actualidad, lo que venden estos encuentros es lo que en sus promociones denominan “experiencia”, cuya sustancia consiste en olvidarse de los apremios de las obligaciones diarias para introducirse en un contexto inhabitual donde se pueden vivir peripecias placenteras, aunque algunas veces no exentas de ciertos riesgos como parte de su encanto.

Determinados estadios de fútbol, donde transcurrieron justas deportivas que ya son leyenda, se han erigido en motivos de peregrinación por parte de fanáticos que no dudan en suscribirse a tours donde, además de la visita, se adosan suvenires varios y hasta la posibilidad de pisar el campo de juego. Nápoles, por su parte, ha capitalizado a pleno la fama universal de Diego Armando Maradona y, como si no fuera ya de por sí una ciudad llena de elementos fascinantes, cuenta con santuarios destinados a venerar al ídolo deportivo que vistió la casaca local y que es considerado allí como un santo del balompié.

Tras su muerte en 2020, la leyenda de Maradona no ha hecho sino agigantarse y la sola mención de su apellido desata todavía pasiones que la razón no puede explicar. Tal vez por eso, y como una manera de ofrecer una versión oficial sobre las proezas del 10, Claudia Villafañe junto a Dalma y Gianinna han diseñado el “Maradona Tour”, un viaje selecto por Roma, Milán y Nápoles, donde será la propia familia del crack la que guiará a los pasajeros. Más allá de las críticas que cosechó este lanzamiento, quizás sólo se trate de un eslabón más en la evolución del negocio de las “experiencias”.